Iluminada de música, aquella noche,
Dios y nuestra conciencia de testigos,
Sin más jueces, verdugos, ni inquisidores,
Nos abandonamos en un paraíso de flores.
Enfrentados en hostil y cruel batalla,
Nuestros corazones y las razones.
Entregados en besos, sin temor, ni pudor,
Emanaron caricias redundantes de calor.
Prorrumpieron suspiros, profundos, excitantes,
Al cubrirnos la piel de caricias delirantes.
Susurros al oído, insinuantes, sugestivos,
En tiempo detenido, quedamos del amor cautivos.
Palmo a palmo, recorrí y observé su ser,
Ella con sus ojos cerrados, mi alma pudo conocer.
Y en medio de una embriaguez de pasión y placer,
Como esperando la muerte, con un último respiro,
En frenesí éxtasis, nuestras vidas dejamos renacer.
Una noche de dos cuerpos, un solo espíritu,
Una noche cálida, de minutos infinitos,
Dejó clarear la alborada única, perfecta,
Dejando vencedor el amor, sobre la razón.
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Jonathan Camilo Díaz Vanegas
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"Donde quieras que estés, te gustará saber, que por difícil q sea mi día, triste, no echaré al olvido ni uno solo de los besos que me diste." Serrat